La invasión de Ucrania por parte de Rusia reafirma que el petróleo definitivamente escasea, como lo reconoció la Agencia Internacional de Energía en 2018. Muchos sostienen que estamos frente a un problema estructural: el fin de las energías fósiles. En ese contexto, vivir mejor con menos energía será lo único que nos permita preservar la democracia y sobrevivir como especie.
El petróleo se está acabando y lo poco que queda será cada vez más caro. Mientras el gobierno de Polonia autorizó la poda de árboles para calefacción y el Senado chileno acaba de dar un subsidio (disfrazado de fondo de estabilización de tarifas) de 1.500 millones de dólares para contener el alza de precio en los combustibles. Este dinero no se va a recuperar jamás pues lo cierto es que los combustibles fósiles han entrado en su fase terminal.
¿Son las guerras la que están provocando la crisis energética o es la crisis energética (la que comenzó hace mucho tiempo) la que está provocando las guerras? (Y debemos tener en cuenta que hay cerca de 60 guerras en todo el mundo, aunque nos parezca que existe una sola).
Algunos sostienen, como lo hace el periodista Santiago Carcar en El País, que “Los tanques de Putin han empujado el 'sello verde' a tierra de nadie; a un no man's land impensable hace solo unos meses, cuando empresas, fondos y Gobiernos participaban en una carrera hacia una transición energética centrada en renovables y en el fin de los hidrocarburos”.
Otros dicen que estamos frente a un problema estructural: el fin de las energías fósiles. Esto sería lo que provoca epidemias, guerras y crisis alimentarias. Y podría ejemplificarse con la desesperación de la Unión Europea por brindarle el atributo de verde a cualquier cosa que le permita mantener vivo el actual sistema económico impulsado por el carbono (basta recordar que la UE bautizó recientemente como “verde” el gas y la energía nuclear).
El gobierno del presidente Gabriel Boric, como toda la élite mundial que mantiene funcionando este sistema económico basado en el carbono, tiene una disyuntiva en relación a la crisis energética. Según el diagnóstico que sea adoptado, se considerará necesario privilegiar la seguridad energética de los combustibles fósiles o la transición energética que implica su reemplazo por renovables. El sentido común dirá que hay que hacer las dos cosas, pero el buen sentido indica que habrá que privilegiar alguna de estas dos alternativas.
En el caso de Chile, el carbón en las termoeléctricas alimenta 5 mil MW de un total de 11 mil MW de demanda estimada frente una capacidad eléctrica nacional de 28 mil MW. Para compensar el retiro del carbón, cuya combustión provoca un altísimo nivel de CO2 en la atmósfera y cuyo reemplazo es fundamental para cumplir con la recientemente promulgada Ley de Cambio Climático, las energías renovables deberían crecer exponencialmente. Es por esta razón que el Parlamento debate el cierre de las centrales termoeléctricas a carbón para el año 2025 según la Cámara de Diputados y para 2030 según el Senado. La voluntad del Parlamento y del actual gobierno es sacar el carbón de la generación de electricidad antes de 2030 y lejos de 2040 como lo establece el acuerdo voluntario entre el gobierno y las empresas privadas (el mismo acuerdo que hoy no está cumpliéndose plenamente).
La crisis de las energías fósiles (petróleo, gas y carbón) comenzó en el año 2005 cuando se produjo el peak del petróleo barato, es decir, cuando la producción de petróleo sumada a las nuevas reservas encontradas resultó ser menor que el consumo total. El petróleo definitivamente escasea como lo reconoció la Agencia Internacional de Energía en 2018. A este hecho lo reafirma hoy la invasión de Ucrania por parte de Rusia, un país en el que más del 50% de las exportaciones provienen de las energías fósiles y que inaugura una relocalización del poder derivada del agotamiento de este tipo de combustibles.
En este escenario, la mayor gestora de fondos de inversión, BlackRock, advirtió a sus accionistas que este año no apoyará acciones vinculadas a mitigar el cambio climático pues se han vuelto demasiadas extremas. Sin embargo, hace tan sólo dos años atrás anunciaba que iba a reorientar sus inversiones bajo el signo de la sustentabilidad.
Los seres humanos todavía no se dan cuenta de que la naturaleza no sabe de guerras, pausas o rentabilidades. La naturaleza tampoco sabe esperar: el 2022 será el año con más emisiones de CO2 y de mayor temperatura de los últimos 4 millones de años. Esto agudiza la crisis climática y conduce a la humanidad hacia un horno en el que la vida será muy difícil o casi imposible de soportar.
Vivir mejor con menos energía será lo único que nos permita preservar la democracia y sobrevivir como especie. El dilema es si comenzamos un decrecimiento programado o avanzamos hacia un colapso caótico. No existe otra alternativa.