La angustiante realidad de una profesora, el administrador de un gimnasio y la dueña de una óptica, se convierten en una lamentable postal que ha dejado la pandemia. A ellos, como a miles de chilenos, el proyecto de retiros previsionales surge como un pequeño salvavidas al que buscan aferrase.
María Belén Fernández es profesora de educación física y está cesante desde marzo de este año. Carlos Baeza es dueño de un gimnasio donde trabajaban 20 personas hasta que llegó la pandemia. Minerva Droguet tiene una óptica en la llamada “zona cero”, la que, tras el estallido social de octubre del año pasado, vio su clientela desaparecer por completo al aplicarse las cuarentenas desde marzo.
María Belén, Carlos y Minerva no se conocen entre sí, pero son tres realidades que ejemplifican lo que está sucediendo con el segmento más amplio de la población: la clase media, la que sufre con el endeudamiento precipitado por la pandemia.
En primer lugar, ya les había afectado el estallido social, y cuando parecía que venía la calma, con el anuncio del plebiscito, llegó lo peor: el COVID-19 se hizo parte de nuestras vidas. Un hecho que cayó como una roca pesada sobre ellos y sobre miles de chilenos que han debido enfrentar angustias e inestabilidad, algo que nunca en la historia reciente había ocurrido a esta magnitud.
“Yo figuro como que ganó entre un millón y un millón doscientos, y es así pero porque trabajo en seis lugares diferentes, desde las ocho de la mañana hasta once de la noche”, afirmó María Belén, quien dice no comprender el concepto concreto de clase media.
Esta profesora está en una suerte de limbo, sin beneficios y sin trabajo, viviendo día por día. En octubre había perdido su trabajo en un colegio de Pudahuel debido al estallido y en marzo la suerte parecía sonreírle, tras conseguir un nuevo trabajo, pero ahí apareció la pandemia y, a mediados de ese mes, supo que no sería contratada.
Lee también: Estafas en pandemia: Falsos retiros de los fondos de las AFP y clonaciones a distancia“Los profesores que somos a honorarios, este es un año que ya se acabó para nosotros”, expresó y agregó que los contratos de los colegios parten en octubre, por lo que ella duda si, efectivamente, los colegios van a contratar a docentes.
La presión económica ha precipitado otras cosas también, como cuando ella debió pedirle a su pareja que vivieran juntos y así abaratar costos. A esto se le sumó el inconveniente que acarrea su pequeña hija, la que tiene problemas respiratorios, por lo que María Belén no se quiere arriesgar a salir de su casa y exponerla al virus.
Por su lado, Carlos Baeza señaló que su realidad no es otra que el endeudamiento: “Debo las cuentas de luz, el agua, incluso a los profesores. Para mí fue quedarme en bancarrota”.
“A nosotros es como si nos hubieran dado un combo y luego nos remataron de un nocaut con la pandemia”, reconoce Carlos Baeza, quien por estos días ve con angustia el futuro de su gimnasio, ya sin empleados ni clientes.
El gimnasio de Baeza posee 30 años de historia y está ubicado en plena Plaza Italia, por lo que ya venía trastocado por el estallido. Ahora, con una cuarentena de más de 120 días en esta comuna, la situación se hizo insostenible. A la veintena de profesionales que tenía a su cargo, se sumaron los casi 800 clientes que ha perdido en el camino.
Lee también: “Para mí contagiarme es fatal”: Mujer trabaja de delivery en pleno proceso de quimioterapiaLa única salida que le ha quedado al dueño de este gimnasio ha sido arrendar las máquinas de ejercicios, con lo que, a duras penas, ha podido salir a flote, también viviendo el día a día.
“Nostalgia y pena” son las palabras que embargan a Carlos Baeza. “Son muchos los años que uno entrega no sólo de trabajo, sino que más aun de energía y emoción”, confesó con tristeza.
La pérdida de su gimnasio es inminente y no podrá seguir funcionando. Además, Baeza ya considera una reactivación del estallido social una vez acabe la pandemia, por lo que baraja un nuevo destino para ver la posibilidad de reinstalarse algún día con un nuevo emprendimiento y en otro lado.
“No estamos ni tan arriba para sostenernos por nuestros propios medios, ni tan abajo como para que nos llegue algún tipo de ayuda. Entonces estamos a la mitad y, en esa mitad, somos muchos”.
Esa es la reflexión final que realizó este pequeño empresario, que representa la realidad de otros tantos inversores cuya pandemia significó un verdadero terremoto en sus vidas. A todos ellos, el retiro de fondos desde las AFP surge como una suerte de salvavidas, aunque menor frente a las deudas que ya tiene y están por venir.
Cada uno de los afectados anticipa un futuro poco optimista y una ayuda que se ve cada vez más lejana. Así lo corrobora Minerva Droguet, la dueña de la óptica en la zona cero, quien intentó acceder a bonos del gobierno, sin demasiado éxito.
Después de realizar innumerables trámites y exponiéndose al virus en muchas de las gestiones, Minerva logró rasguñar el crédito COVID-19 del Fogape, destinado a pequeños empresarios.
“Una burla, porque esa ayuda fue prácticamente nada. Sirvió apenas para pagar el arriendo de mi casa por dos meses. Y nada más”, dijo.
Su caso es el que ha vivido un tercio de las pymes que han postulado al beneficio, así lo sostienen los datos entregados por la Comisión para el Mercado Financiero, que indican que sólo una de cada tres pequeñas empresas que postularon ese crédito, efectivamente lo recibieron.
La situación de Minerva, Carlos y María Belén surgen como duras realidades en un Santiago -y un país en general- que vive bajo presión y que aún no tiene claro lo que viene de cara al futuro. Cada uno de ellos se aferra a mantener la esperanza de un regreso a la normalidad, mientras sobreviven intentando reinventarse con las pocas opciones que deja la pandemia.