A cinco meses de diciembre, ya hemos consumido todos los productos que la naturaleza es capaz de renovar en 365 días y estamos sobregirados. "Si Chile tuviese que enfrentar una seguidilla de eventos extremos, no estamos preparados", afirma la investigadora Paulina Aldunce.
Lluvias torrenciales en el verano europeo, olas de calor en Estados Unidos, deshielos en el Ártico, témpanos desprendidos en la Antártica, nieve en Brasil y en Chile un sol abrazador en un invierno carente de precipitaciones en zonas agrícolas. Inusuales perturbaciones de carácter global que alertan a los científicos de todo el mundo, afectando a las economías más desarrolladas del planeta y que también son las que más contaminan. En 2015, los gobiernos del mundo asumieron que el cambio climático es una amenaza a la supervivencia de la vida en la Tierra, y el compromiso es frenar el alza de la temperatura planetaria para que no suba más allá de 1,5°C, pero estamos solo a tres décimas de ese límite. Una carrera contra el tiempo y pareciera que aún no tomamos conciencia sobre el peligro. Chile no está lejos de esa actitud humana, ya que batimos un triste récord: somos el primer país en América Latina en agotar los recursos naturales disponibles para este año. A cinco meses de diciembre, ya hemos consumido todos los productos que la naturaleza es capaz de renovar en 365 días y estamos sobregirados. "Si Chile tuviese que enfrentar una seguidilla de eventos extremos, no estamos preparados", sostiene Paulina Aldunce, doctora en Sociología e investigadora del Centro de Ciencia del Clima y la Resiliencia (CR2), quien además afirma que los pequeños agricultores son los que más sufrirían con el fenómeno de la sequía, al igual que aquellas comunidades que tienen un sistema social que los vincula de forma más directa con la naturaleza.